Viaje a Madrid 2º de Bachillerato.

“¿¡Os podéis callar de una puta vez!?”

Este, por ejemplo, era uno de los muchos gritos que se escuchaban aquella mañana en el autobús. Está claro que, un viernes cualquiera por la mañana en un autobús después de haberse levantado a las 5, lo único que le apetece a uno es, naturalmente, dormir, y a poder ser, dormir sin que le molesten. Y así, precisamente, es como nos encontrábamos todos al inicio del trayecto.

Sin embargo, al cabo de un rato, la pereza y el sueño se fueron haciendo a un lado y comenzaron a ser sustituidos por una energía y una vitalidad que ya quisieran los profesores que tuviésemos en clase, poco a poco, a medida que nos íbamos acercando a nuestro destino, las exclamaciones de “¿!Os podéis callar de una puta vez!?”, aunque aún persistentes, se volvían cada vez menos apreciables a medida que se empezaban a mezclar con la música, los cantos, las carcajadas, y sobre todo, la ilusión que en todos nosotros despertaban los próximos cuatro días.

El viaje superó todas y cada una de nuestras expectativas, igual que el de Atapuerca el año pasado, el de Calella hace dos e incluso el de Bubal en 2º de la ESO. Lo cierto es que, por maravilloso que fuese el viaje, lo mejor y lo que hizo estos días más especiales, fue poder compartirlo con nuestros amigos, con los que hemos compartido otras tantas muchas cosas durante tantísimos años.

Sin duda alguna, las actividades previstas que realizamos, todas ellas divertidas, entretenidas y muchas también conmovedoras, fueron también inolvidables solo por el hecho de estar los unos con los otros. Porque no es lo mismo visitar El Prado a tu aire que poder contemplarlo mientras éste cuenta una anécdota, ese dice algo gracioso o aquel te habla de cuando en sexto de primaria vinimos también juntos; no es lo mismo ir al teatro y disfrutar por tu cuenta que reír hasta que se te saltan las lágrimas rodeado de tus amigos; no es lo mismo pasar el día de tu cumpleaños en Madrid por tu cuenta que ser sorprendida por tus amigos en la puerta de un hotel en Chueca cantándote el cumpleaños feliz; y desde luego, por muy emotivo y apasionante que fuese el espectáculo de flamenco, lo cierto es que las bulerías que chapurreábamos por el metro y por el Retiro no estaban nada mal.

 

 

Por todo esto, no es de extrañar que el lunes, a la vuelta, el ambiente del autobús fuese muy distinto al que había habido cuatro días atrás: si bien la música, los cantos, las carcajadas, y ahora más que nunca, las anécdotas, volvían a invadir el espacio, tras ellas se asomaba una leve tristeza, pues la ilusión que nos había acompañado durante todo el recorrido al inicio del fin de semana fue reemplazada por la melancolía y la idea de que cada vez nos quedaba menos para separarnos.

 

Aún así, fue un trayecto muy feliz, ya que, por poco tiempo que nos quedase juntos, ninguno olvidará jamás todo lo que hemos vivido, y esta vez, las anécdotas, la música y las carcajadas no se encontraron con ningún “¡¿Os podéis callar de una puta vez?!”

Irene Díaz. 2º de Bachillerato CIE.